Ecuador se registraba en mi memoria, como un lugar, un punto de referencia en el mapa y este viaje que habría de revestir, mas que nada, un carácter meramente turístico, comenzaba a revelarme un mundo nuevo, diferente, que se abría en una multiplicidad de etnias, colores y maneras que provocaban mi asombro pero también mi rechazo. Sin embargo era el país que le había brindado un espa
cio, a mi marido, en el que podía trabajar y hacer amigos. No encuentro, todavía, las palabras que pudieran traducir el huracán de sentimientos y sensaciones ambivalentes que ahogaban mi garganta aquella tarde. Para llegar a nuestro alojamiento recorrimos unas veinte cuadras entre frenadas, bocinazos y alaridos de sirenas. Quito se me presentaba colorida y ruidosa. Pero yo estaba allí...no lo podía cre..er. Había logrado llegar al reino de Atahualpa sorteando toda clase de obstáculos, entre otros, los geográficos, económicos y emocionales.
Dimos un paseíto en el auto de Andrés, un amigo entrañable que vive en Quito, aprovechando las ultimas luces del día. Arquitectura y paisaje se plasman configurando espacios en los que conviven colonia y modernidad, su casco histórico con sus calles de un empedrado estrecho y, empinad por las que solo puede circular un vehículo. Fachadas con balcones floridos, en los que hace gala la influencia española. Abadías, iglesias y conventos levantados en tiempos de la conquista, en cuyo interior sus púlpitos se bañan en oro. Quito es declarada por la UNESCO patrimonio histórico de la humanidad . Al retomar por avenida Amazonas reparamos que se habían encendido las farolas y la luz amarillenta daba a las calles arboladas, el aspecto de sombreados saguanes acordonados por perfumados jardines en los que, entre arbustos, penachos y luna, como luciérnagas discretas , los spots indicaban el sendero de acceso a las cantinas, boliches y restaurantes. El ritmo del caribe, llegaba desde lejos un tanto pegajoso a mis oídos y alertaban mis tambores ancestrales. En todo se advertía un toque de convocante atracción. Lentamente comencé a caer en el hechizo de aquellas calles sinuosas . En estos lugares, nos comentaba Andrés se congregan, como dueños de la noche, intelectuales, músicos, poetas y artesanos...en fin...y a uno que otro parroquiano, que atraído por los encantos de aquellos escenarios se detiene a disfrutarlos mientras bebe su trago. El aire fresco se mezclaba con aromas y sabores envolventes incitandonos a participar de aquel embrujo, pero la cordura y la prudencia aconsejaron no entregarnos a tanta seducción, a la mañana siguiente debíamos partir hacia Baeza provincia de Napo.
En una mañana fresca de octubre trepamos, juntos, las cornizas cordilleranas del oriente andino. Nos dirigíamos a la ciudad donde residiríamos por bastante tiempo, Baeza. Durante el treyecto dejábamos atrás barrios y lugares cuyos nombres que ,aún, repican en mis oídos como; Guápulos, Cumbaya, Tumbaco, Pifo, El Carchi entre otros que se pierden en los vericuetos de mi memoria. Serpenteamos un camino bordado de vegetación en la que lucían orquideas, lavandas y un sin fin de flores que ornamentan, eternas, laderas por cuyos pliegues descenden tules de agua y despeñan cristalinas sobre el río. Cumbres nevadas, volcanes altivos que esperan su tiempo para la erupción , lagos sembrados de trucha y bosques fragantes bajo un sol abrasador que reverbera desde ese cielo, para mí, inolvidable. Papallacta a cuatro mil quinientos metros de altura sobre el nivel del mar, fría y entre nieblas sus habitantes gozan de sus aguas termales que brotan humeantes desde la tierra profunda. Mas adelante Cuyuja, la población más cercana a nuestro destino final, mi casa , mis cosas, mi mundo.
Dimos un paseíto en el auto de Andrés, un amigo entrañable que vive en Quito, aprovechando las ultimas luces del día. Arquitectura y paisaje se plasman configurando espacios en los que conviven colonia y modernidad, su casco histórico con sus calles de un empedrado estrecho y, empinad por las que solo puede circular un vehículo. Fachadas con balcones floridos, en los que hace gala la influencia española. Abadías, iglesias y conventos levantados en tiempos de la conquista, en cuyo interior sus púlpitos se bañan en oro. Quito es declarada por la UNESCO patrimonio histórico de la humanidad . Al retomar por avenida Amazonas reparamos que se habían encendido las farolas y la luz amarillenta daba a las calles arboladas, el aspecto de sombreados saguanes acordonados por perfumados jardines en los que, entre arbustos, penachos y luna, como luciérnagas discretas , los spots indicaban el sendero de acceso a las cantinas, boliches y restaurantes. El ritmo del caribe, llegaba desde lejos un tanto pegajoso a mis oídos y alertaban mis tambores ancestrales. En todo se advertía un toque de convocante atracción. Lentamente comencé a caer en el hechizo de aquellas calles sinuosas . En estos lugares, nos comentaba Andrés se congregan, como dueños de la noche, intelectuales, músicos, poetas y artesanos...en fin...y a uno que otro parroquiano, que atraído por los encantos de aquellos escenarios se detiene a disfrutarlos mientras bebe su trago. El aire fresco se mezclaba con aromas y sabores envolventes incitandonos a participar de aquel embrujo, pero la cordura y la prudencia aconsejaron no entregarnos a tanta seducción, a la mañana siguiente debíamos partir hacia Baeza provincia de Napo.
En una mañana fresca de octubre trepamos, juntos, las cornizas cordilleranas del oriente andino. Nos dirigíamos a la ciudad donde residiríamos por bastante tiempo, Baeza. Durante el treyecto dejábamos atrás barrios y lugares cuyos nombres que ,aún, repican en mis oídos como; Guápulos, Cumbaya, Tumbaco, Pifo, El Carchi entre otros que se pierden en los vericuetos de mi memoria. Serpenteamos un camino bordado de vegetación en la que lucían orquideas, lavandas y un sin fin de flores que ornamentan, eternas, laderas por cuyos pliegues descenden tules de agua y despeñan cristalinas sobre el río. Cumbres nevadas, volcanes altivos que esperan su tiempo para la erupción , lagos sembrados de trucha y bosques fragantes bajo un sol abrasador que reverbera desde ese cielo, para mí, inolvidable. Papallacta a cuatro mil quinientos metros de altura sobre el nivel del mar, fría y entre nieblas sus habitantes gozan de sus aguas termales que brotan humeantes desde la tierra profunda. Mas adelante Cuyuja, la población más cercana a nuestro destino final, mi casa , mis cosas, mi mundo.
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